"El miedo no existe", o al menos eso aparenta ocurrir si confías en lo que dice la gente. Pregunta a cualquiera de qué tiene miedo, y te responderá que de casi nada, o que teme cosas improbables como ser devorado por un león o tener un accidente.
Pero, en realidad, estamos llenos de una infinidad de miedos disfrazados de gustos, preferencias, condiciones, principios y libre albedrío.
El miedo es incómodo, te hace sentir vulnerable. Así que lo escondemos bajo excusas como "no me gusta", "eso no es para mí", o "nunca lo he hecho". Nos hemos convertido en expertos en encubrir nuestros miedos con justificaciones “positivas”. Pero si rascas un poco, debajo de esas capas, encuentras lo que realmente está pasando: un miedo irracional a enfrentar algo, especialmente cuando se trata de procesos internos.
Nos decimos "no, no tengo miedo de hablar con mi mamá" o "no soy adicto", pero la realidad es otra.
"La peor epidemia es el miedo" , "no tengas miedo"
Estas palabras nos suenan vacías e inútiles. Hablar del miedo en sí provoca hastío; como si fuera un tema ya muy muy superado.
La gente ya no habla de sus temores, la mayoría ni siquiera sabe a qué le temen; la educación, la política, los sistemas sanitarios, sus agencias de marketing y sus seguidores están inmersos en conceptos como "evitar el riesgo", "prevenir catástrofe", "medicar fobias y depresiones", "distraerse", etc.
Mis amigos de la juventud, antes temerarios y energéticos, se han convertido en catálogos de fobias, prejuicios, temores y síndromes, siempre acompañados por sus respectivas recetas farmacéuticas.
- Es que hemos evolucionado - dirás.
Sí, ha habido una gran evolución en mecanismos de prevención de riesgo, tratamientos para adormecer los efectos y gadgets de seguridad, sin embargo sus cuerpos (y cómo se enferman) cuentan una historia totalmente distinta.
Al profundizar un poco en la mente de cualquier persona, encuentro una intrincada selva de emociones reprimidas, principalmente miedos, muchos de ellos infantiles, crudos, como si nunca se hubieran sentado a pensar sobre ellos: Miedo a no ser, a morir, a sufrir, a no tener, a no trascender, a enfermar, a no poder, a no importar, a no saber amar ... a no ser amado.
Ante una situación de peligro, ciertos signos físicos mensurables se hacen presentes:
Este complejo conjunto de procesos biológicos organizados se conoce como el circuito "huida o lucha": un estado en el que el cuerpo invierte casi todos sus recursos y estructuras en prepararse para una respuesta inmediata y eficaz contra algo que puede arriesgar la supervivencia en cuestión de segundos.
Ante una situación amenazante, cada organismo tiene que decidir si entregarse a una o a otra cadena de reacciones; la elección está condicionada por toda clase de factores, entre ellos, la educación.
En el caso de la huida, el conjunto de reacciones bioquímicas y fisiológicas provocan una sensación de sobrecogimiento en la que el individuo se siente superado por el peligro, incapaz de luchar o negociar y necesita a toda costa, alejarse física y emocionalmente de esa situación; es por tanto, percibido como algo muy desagradable.
El miedo es la emoción que acompaña al rechazo a volver a estar en peligro. Quién teme, evita a toda costa la situación que ha evaluado como peligrosa.
Los cambios fisiológicos que ocurren en mi cuerpo cuando tengo miedo me permiten decidir rápida y eficazmente mis acciones ante los peligros, de manera tal que aumenten mis probabilidades de salir ileso; pero esta velocidad y determinación tienen costos:
Estudios han encontrado que el estrés crónico e incontrolable es físicamente tóxico:
El estrés crónico puede remodelar el cerebro de una manera neuroprotectora, provocando la pérdida de sinapsis en áreas que son altamente sensibles al estrés, como el hipocampo, la amígdala medial y la corteza prefrontal medial, mientras que al mismo tiempo provocan nuevas sinapsis en otras áreas como la amígdala basolateral y la corteza orbitofrontal. Estos cambios morfológicos favorecen alteraciones en las funciones conductuales, autónomas y neuroendocrinas que son apropiadas para hacer frente al factor estresante continuo.
El cerebro puede resultar dañado por el estrés tóxico, pero también tiene capacidad de plasticidad y resiliencia adaptativas. Las adaptaciones neuronales al entorno son acumulativas; la función cerebral es el resultado de experiencias y alteraciones epigenéticas que tienen lugar antes de la concepción, durante la gestación y durante el desarrollo posnatal.
Fuente: InfoBae
En el momento de una crisis atemorizante, mi capacidad de atención, percepción y análisis se reducen exclusivamente a lo relacionado con la preservación del cuerpo físico; de repente, todo mi mundo se define en términos de "si me sirve o no, ahora".
Pierdo la capacidad de "hilar fino" en los dos sentidos, o sea
Este mecanismo de emergencia se supone que se active solo en casos de peligro real; la meta es preservar la vida Y luego volver a la normalidad; donde tuvo sentido tal sacrificio puntual y donde es menester restablecer el equilibrio, recuperar la soberanía energética y los poderes intelectuales.
Esta recuperación no es automática, también tiene costo y, para que sea total, debe ser consciente.
Ahora sentimos miedo y ansiedad por todo; nos volvimos incapaces de discernir entre lo que es realmente peligroso y lo que no. El miedo pasó de ser una respuesta puntual a ser costumbre; los efectos intelectuales y energéticos se hacen rutinarios...
... Y la normalidad nunca vuelve.
El haber renunciado a mis capacidades intelectuales por mucho tiempo no me releva de la necesidad de saber qué hacer; cuando vivo con miedo sacrifico mi independencia y me entrego al que más seguro parece:
Escucho a mis líderes políticos, religiosos o corporativos que viven hablando de cómo vamos a superar la crisis; ellos son radiantes, inteligentes, sabios, seguros y ademas, son ricos, ¡ellos no tienen miedo, ellos saben qué hacer!.
Odio tener miedo, de hecho, a veces he llegado a tener miedo de tener miedo!
Estamos en presencia de un Bucle degradante; mientras más miedo tengo:
Todas las emociones tienen la habilidad de saltar de un huésped a otro, contagiándose y mutando al mismo tiempo; los miedos no son la excepción: toda emoción no resuelta pasará a tus hijos y tomará otras formas que no podrás ni entender y que te será imposible contener.
En definitiva: mientras más miedo, menos Inteligencia Emocional y viceversa.
Pero no temas... no está todo mal
El miedo es una emoción tan natural y poderosa como la vida misma, que conmociona nuestro sistema y tiene el poder de hacernos ver atributos y facetas nuestras que antes ignorábamos o dábamos por sentado. El miedo sensibiliza
Cuando tememos por nuestra vida somos capaces de cosas que ni se nos ocurren estando en paz; el miedo tiene el poder de romper estructuras y dejarnos ver nuestra realidad desnuda, cosa que podría tener un efecto sensibilizador maravilloso.
Cuando recién llegué a España vivimos épocas muy vulnerables en las que nuestras estructuras mentales, emocionales y familiares se pusieron a prueba; en esa época me comenzó a llegar información sobre la realidad de la gran crisis que se cernía sobre el país y en general, sobre la civilización.
Luego cuando la crisis mostró su verdadera cara y llegó la falsa pandemia con todo el circo relacionado, nuestros miedos se dispararon, miedos mucho más profundos que el "enfermarnos" de un bicho de la TV o quedarnos sin dinero, eran miedos acerca del destino de la humanidad.
Fue precisamente en esa época que conocí la meditación (Gracias Iván Donalson) y durante la cuarentena, probamos ir a la terraza, ponernos los cascos e intentar esta práctica, en busca de lidiar con un miedo que nos carcomía.
¡WOW!
Nunca antes había sentido algo tan intenso en mi vida, ni mi mejor concierto, ni cuando gané más dinero ni mi historia más romántica se comparaban de lejos con esas sesiones nocturnas bajo el cielo de la costa dorada. Las meditaciones que hice en esa época despertaron emociones muy poderosas, activando un proceso de despertar brusco, emocionante... casi vertiginoso, pero necesario; veía imágenes claras con los ojos cerrados, recibía mensajes que tenían décadas esperando por ser escuchados, logré perdonar y liberarme de procesos que tenían casi toda mi vida pudriéndose en mi; un renacer total.
Recuerdo llorar con lo impactante de las pareidolias que veía en las nubes, en esa terraza catalana.
Lo más curioso: a medida que mi ansiedad iba bajando gracias a la meditación, también iba bajando la intensidad de las sesiones.
Siempre me pregunté si lo iintenso de mis primeras meditaciones fueron potenciadas por el miedo.
Y si.
Siempre que le daba rienda suelta a mis miedos, terminaba sobredimensionando el peligro; casi siempre me pasó que las cosas a las que le temía, en realidad no representaron ningún peligro real; al final me vi perdiendo más por la angustia vivida que por el evento que me atemorizaba.
Recuerdo que antes de ser padre, le tenía muchísismo miedo a no tener suficiente dinero para comprar las cosas necesarias para la manutención, específicamente, los pañales; me imaginaba ahogado en caca de bebé deudas y apuros económicos.
Nunca pasó; las cosas que más duro me dieron en la paternidad, ni las ví venir.
De hecho, ahora me parece que "ser padre" es vivir cagado del miedo por un montón de pavadas irrelevantes y que sea precisamente eso lo que te impida ver el tsunami emocional que tarde o temprano terminará revolcándote aparatosamente en las arenas del "¿Qué hice yo para merecerme esto! dios!!!???"
Al final entendí que TODO miedo es exagerado por definición.
¿Por qué?
El miedo al miedo es como un bucle reverberante que hace feedback: genera emociones, pensamientos y acciones propias al reflejarse, repetirse y retroalimentarse: mucho del temor a algo es en realidad el temor a sentir temor por ese algo.
Cuando pensaba que yo era mi ego, todo lo que cuestionaba esa ilusión, se sentía como una amenaza vital. Temía por todo aquello que atentara contra mi individualidad, base de mi estilo de vida:
Temía quedarme sin internet , aunque (por ese mismo miedo) conservara en mi ordenador varios gigas de material (pelítculas, documentales, libros, fotos, etc), que igual nunca veía por falta de tiempo (no creas, temía también no tener tiempo suficiente para verlo todo.
Me daba miedo que me hackearan, que se corrompiera mi disco duro o me robaran los equipos; temía que no me alcanzara el dinero para pagar mis gastos y mantener mi acostumbrada dieta hipercalórica, temía a las urgencias domésticas y los esfuerzos físicos no programados (igual, nadie programa un atasco de cañería).
Me daba quedarme sin trabajo pero también el tener demasiado y no poder entregar a tiempo, que se me acumularan los compromisos, las quejas y diligencias.
El miedo del ego se muestra de formas difusas, menos intensas, disfrazadas de proactividad, que no parecen miedo: el famoso "estrés", la angustia, la preocupación, etc. En el mundo gobernado por el ego adulto, el miedo al fracaso y la condena social es la base de la responsabilidad y la virtud.
Si. El miedo es un mecanismo primitivo, infantil, perteneciente a los primeros estadios de desarrollo, cuando necesito el instinto para decidir; no está hecho para quedarse conmigo el resto de mi vida.
El miedo es solo la respuesta emocional asociada con el mecanismo de supervivencia, NO el mecanismo en sí; puedes aprender a desligar ambos eventos y sobrevivir sin temer.
Detrás del miedo adulto se esconde una decisión inconsciente de no evolucionar y permanecer en un estado de emergencia que justifica el evitar el doloroso trabajo emocional que implica madurar más allá de los niveles definidos por un sistema social que nos necesita eternamente niños.
Cuando desarrollo mi inteligencia emocional, obtengo la sabiduría, herramientas y control necesarios para mitigar los peligros y gestionar riesgos sin necesidad de recurrir al circuito de "lucha o huida" como nuestros hermanos del reino animal.
Incluso es posible vencer el miedo a la muerte; una vez que redefines tu YO y comprendes tu verdadera esencia, es posible aceptar sin temor alguno el final de tu vida como parte de un proceso más grande y virtuoso.
No digo que sea sencillo o rápido, digo que SI se puede, incluso para quiénes se definen a través de sus apegos y el miedo a perderlos.