El efecto placebo, uno de los conceptos más obscuros de la medicina tradicional esconde una de las grandes verdades olvidadas acerca del ser humano, la vital importancia de la dimensión emocional.
Si te tomas el tiempo del investigar sobre esto que el marketing destaca como una simple curiosidad, te darás cuenta de que en la comunidad científica se acepta tímidamente públicamente que:
Los estudios sobre el efecto placebo demuestran algo que en la medicina tradicional nadie quiere aceptar de frente, pero que es crucial para cuestionar radicalmente el concepto actual de salud y proponer la creación de nuevos paradigmas:
Es el individuo el que se cura activamente, NO la medicina, ni los fármacos.
Y dado que son las emociones las que mueven los cambios y conductas en el humano, es lógico afirmar que la dimensión emocional precede a todo estado de salud.
La corriente cientificista ha desdibujado la dimensión emocional sacándola de la ecuación de la salud, siendo que es totalmente lo opuesto; es hora de corregir esto.
Incluso la más conservadora de las referencias científicas te dirá que las emociones:
Fútilmente, muchos se refugian en excepciones y estadísticas difusas:
"Bueno si, las emociones afectan algunas cosas más que otras, a algunas personas más que otras, algunos pensamientos más que otros; a mi, por ejemplo, no... Bueno, no siempre, tu me entiendes".
Producto de una educación emocional precaria, los mitos nos gobiernan:
Pero la realidad es otra, hay incluso estudios que hablan de cómo emociones como el estrés remoldean físicamente al cerebro:
El cerebro puede resultar dañado por el estrés tóxico, pero también tiene capacidad de plasticidad y resiliencia adaptativas. Esta plasticidad existe a lo largo de la vida. Las adaptaciones neuronales al entorno son acumulativas a lo largo de la vida, y la función cerebral es el resultado de experiencias y alteraciones epigenéticas que tienen lugar antes de la concepción, durante la gestación y durante el desarrollo posnatal.
Bruce S. McEwen / Rockefeller University / NY.
Nuestra vida está determinada por lo que más nos importa a cada quién; llamamos REALIDAD a esas ideas emocional e individualmente tan poderosas que son imposibles de rechazar.
Más allá de los hechos, es nuestra conexión emocional con ciertos paradigmas lo que nos hace “casarnos con ellos” y entregarles la vida.
La intensidad y poder de las emociones no dependen de la magnitud o duración de los hechos físicos con las que se relacionan. Un suceso breve o socialmente irrelevante puede desencadenar emociones muy potentes o duraderas y viceversa.
El significado emocional que cada individuo da a los hechos es lo que define su relevancia; en otras palabras: lo emocional define qué es lo importante.
Es a lo importante a lo que le dedicamos más atención, tiempo y energías, por tanto es sobre ello sobre lo cual generamos más información; la realidad que vives es producto de lo importante (para ti y los demás), NO de lo que ocurre, o sea emocional.
Lo que te define como humano es la cualidad social: necesitas relacionarte para obtener identidad, capacidad para comunicar y crear.
A medida que creces, desarrollas una especie de “pirámide” emocional en las que las relaciones más impactantes ocurren durante nuestros primeros años y luego se van aligerando:
1° Madre, 2° Padre, 3° Hermanos y familiares cercanos 4° Familiares lejanos, 5° Amigos, 6° Compañeros, 7° Vecinos y 9° El resto de la gente
¿Qué determina el grado de relevancia de una relación? El impacto emocional relacionado con la misma.
Las relaciones (y las emociones que estas generan) son la base de tu realidad; entender esto ayudará a tu proceso de sanación del ego y comprensión de la naturaleza de tu ser.
Tu realidad se presenta en forma de acciones. Toda acción es resultante de una intención.
No existe intención que no sea potenciada, desencadenada o guiada por una emoción.
Si crías a un perro (o a cualquier otro animal) entre humanos, este orinará, comerá y vivirá como perro. No importa cuán humanizados podamos forzarlos a ser, ellos se mantendrán en gran medida fieles a sus instintos, a su configuración inicial.
Tú no eres así. Si crías un humano entre perros, este se desarrollará pensando que es un perro, orinará, comerá y ladrará como perro, incluso es posible que intente morderse la cola y conocerte oliéndote el trasero.
Se llaman niños ferales y se conocen por todo el mundo: niños criados por animales que se comportan como ellos, no como humanos.
A los siete años, Marcos Rodríguez, huérfano de madre y con un padre abusivo, fue vendido a un pastor solitario que luego murió; el niño vagó por los bosques del área hasta que encontró una lobera, donde se quedó dormido luego de jugar con los pequeños cachorros. Cuando llegaron los lobos, con un ciervo muerto en la boca para alimentar a sus crías, comenzó a formar parte de una familia.
Así, creció comiendo carne cruda, caminando en cuatro patas, abrigado por pieles para asemejarse a sus hermanos animales...
Fuente: InfoBae
Los medios tratan esta realidad de forma ignorante, infantil y superficial, la ciencia tradicional trata a estos comportamientos animales como patologías, intentando neciamente acuñar el patrocinado autismo como causa de sus comportamientos, pero la realidad es que son humanos que se adaptaron a vivir en otro entorno gracias a una extraordinaria plasticidad adaptativa: la capacidad de adaptarnos incluso fisiológicamente a las demandas del entorno, modificando conductualmente estructuras nerviosas y neuroquímicas.
La realidad humana es primada por las formas de pensamiento y estas son motorizadas emocionalmente. Esa plasticidad es mental es tuya y está potenciada por emociones que puedes controlar.
¿Entiendes? ¡Estamos hablando de que tenemos el poder de CAMBIAR la realidad física de nuestro cuerpo!
Tu capacidad de adaptación lo es todo, creas tu realidad a base de copiar, optimizar y resignificar inteligentemente retazos de comportamientos de otros.
Si, exactamente igual que una red neuronal.
Cada nodo de la red tiene la capacidad de generar, recibir, transmitir y materializar impulsos, pero nunca lo hace solo y nunca está aislado.
Entenderte como parte de la gran red es un “upgrade” de tu consciencia: te confiere tanto el poder de alimentarte de ella como la responsabilidad de alimentarla y cuidarla.
Afectos, hobbies, posesiones, proyectos, estilo de vida (toda nuestra cultura) forman parte de un complejo sistema de gestión de estímulos generadores o producto de emociones.
La mayoría de la gente habita en lo superficial: “solo quiero fumar un cigarro, solo quiero comer un helado, solo quiero ver algo de TV, solo quiero conocer gente…” como que si la actividad fuera el fin en sí.
Y no es así, nunca.
Incluso lo más primordial como trabajo y vivienda están determinados por el cómo “te sientes” y el cómo te “quieres sentir”.
Inviertes casi toda tu energía en generar, gestionar y optimizar los momentos en los que recibes o generas emociones, como si de alimento se tratara.
La verdad es que estas son la mera esencia de tu humanidad.
Al ser un recurso gestionable, lo emocional es susceptible de diagnóstico, reparación y control; en otras palabras, tienes la potestad de modificar las emociones que antes te gobernaban; algo imposible en el paradigma tradicional.
Las emociones son nuestra forma particular (y privilegiada) de interpretar las fluctuaciones energéticas que nos definen y determinan, tanto a nivel macro (el holobionte, el clima, el diseño universal, otros seres vivos, las fuerzas y sustancias de la naturaleza, etc.) como micro (nuestros órganos, tejidos y microbiota). Son el lenguaje con el que nos comunicamos y relacionamos bidireccionalmente con otros niveles de nuestra propia existencia. Es a través de la decodificación y refinamiento de nuestras emociones que logramos realmente entrar en contacto con nuestro ambiente y nuestro cuerpo, haciéndolos aliados o enemigos.