Siempre he pensado en la comodidad como un premio que habría de recibir si, por lo mucho que me he esforzado, logro encontrar métodos para ahorrar energías y aprovechar mejor el día.
La constante búsqueda de la comodidad fue descubierta por la industria y la publicidad desde el momento en que ésta se potenció en la era industrial, en donde el trabajador tuvo por primera vez derecho a la ilusión de la libertad económica.
En ese entonces, la comodidad era percibida como un derecho del esmerado trabajador, asociada con descanso y con retribución a las tantas horas de trabajo que debía rendir para poder vivir.
La comodidad de hoy es otro animal: Se trata de la cultura de encontrar mejores formas de evitar todo tipo de esfuerzo y donde la calidad de vida es entendida como “vivir sin encargarse de nada”.
Si no me entiendes, escucha suficientes publicidades de Spotify.
Día a día vemos como más personas se declaran absolutamente incompetentes en temas que antes eran comunes : cocinar, arreglos automotores, reparaciones de electrodomésticos, lavar, planchar, hacer compras, asear la casa, etc.
La comodidad y el placer son ahora, derechos de nacimiento, excepciones que se convirtieron en regla, premios que se convirtieron en hábitos, libertades que se convirtieron en prisiones.
Las industrias de la comodidad y el entretenimiento se institucionalizan a la par que embriagado de notificaciones, delivery, colores y apps, olvido el valor del sacrificio y la austeridad, haciéndome más débil, frustrado y enfermizo.
No invertiré mis energías en hacer mi vida más cómoda, el verdadero placer reside en poder apreciar los contrastes entre el esfuerzo y el descanso, el sacrificio y el premio, el dolor y el placer. Al renunciar a ciertas comodidades, me mantengo en forma y soy capaz de disfrutar más con menos.